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miércoles , abril 24 2024
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El Primer Poeta

Por KARINA SHAJRIS *
Nunca supe quien había sido el primer poeta de nuestra familia, pero si se que nuestra historia es parte de una mitología griega que justifica nuestro apellido quitándole todo atisbo del rezo matinal del judaísmo. Shajrit, lo más parecido que encontramos por ahí.
Un siglo intentando ponerle una cuota de realidad a la ficción familiar que nadie pudo traicionar. Asi es que tendremos que inventarnos un pasado para poder entender y comprender a nuestros antecesores?
Manuel era el menor de todos sus hermanos, llegó de Ucrania con su hermana mayor, Genny. Según algunas fotos que encontramos de su juventud, intuimos que el abuelo debió haber pertenecido a una familia bastante acomodada porque su vestimenta y la de su padre, Gregorio, así lo indican. Genny estaba prometida a un millonario dueño de medios de comunicación llamado Yankelevich pero cuando empezó a ir a visitarlo a sus oficinas, conoció a un empleado que la deslumbró. Con este señor se escaparon a Chile huyendo de Yankelevich y de los problemas familiares que sobrevendrían cuando sus padres en Ucrania se enterasen de su locura de amor. Sin embargo, el destino que algunos creen que está escrito en alguna parte, hizo que el empleado pobre se convirtiese en millonario en el país vecino. Evidentemente Genny tenía que ser rica.
Volviendo al abuelo, nadie sabe cómo fue que conoció a la que sería su esposa, mi abuela Fanny. La abuela era hija de un rabino y, a través del comentario de algunos parientes lejanos se que también era la hija de la mujer más mala que cualquiera haya podido haberse cruzado alguna vez en la vida. Fanny tenía catorce años cuando se casó con Manuel. Algo bastante extraño en la actualidad nuestra que terminamos viéndolo como un hecho normal de otros tiempos. La abuela estuvo diecisiete años esperando quedar embarazada, cuando ya no lo intentó más llegó el regalo más preciado: mi tio Ruben. El primer hijo de los cinco que tuvieron.
Mi papá, con mucha admiración que todavía le quedaba por su padre, me decía que el abuelo Manuel era un hombre tan culto que sabía hablar ocho idiomas. Visto desde este ángulo en el que ahora me encuentro, siendo yo también inmigrante, creo que el abuelo hablaba solamente dos y decía algunas palabras en otros. En los años que llevo viviendo en Europa, conocí a muchas personas que vinieron de Ucrania o de Rumania, todas hablan su lengua materna y también ruso. Seguro que mi papá deslumbrado porque mi abuelo lo saludaría en otros idiomas, lo creyó políglota. Es muy fácil en este continente, saber saludar en otros idiomas… Pero claro.. de ahí a hablar fluidamente ocho idiomas hay un largo trecho que ni mi viejo ni sus hermanos quisieron recorrer. Y si entonces, fue el abuelo el que empezó todo como una gran mentira? Un poliglota que no hablaba más que dos idiomas de mierda?
Con el paso del tiempo, corría el rumor de que mi abuelo había sido un químico muy importante que había descubierto la fórmula del caucho. Resulta que hay miles de fórmulas, ninguna fue vendida en Argentina. Además la fecha de nacimiento del abuelo fue en 1898, y esta fecha no concuerda en absoluto con las fechas de los nuevos descubrimientos relacionados con este material. Pero en el barrio de mi abuela, algunos vecinos decían “el hijo mayor malvendió la fórmula y se llevó todo el dinero”. No agrego comentarios, estarían de más. Parece que no hubo ninguna fórmula. Será cierto entonces que mi abuelo era químico? O era un empleado de una empresa de productos químicos?
El primer nombre de mi papá era Arnoldo; el segundo, Segismundo. Si hay alguien que estaba muy lejos de mi abuela, ese era Sigmund Freud. Pobre mi papá! Me decía que mi abuela había elegido su segundo nombre porque había quedado maravillada con Segismundo de “La vida es sueño”. Yo, que conocí a mi abuela con ojos muy diferentes a los de mi viejo, puedo decir que mi abuela si no era analfabeta por ahí andaba porque lo que es leer, leer un diario o una receta al menos, no la vi hacerlo jamás.
Lo que si sabía hacer mi abuela era jugar. Si, mi abuela jugaba a todo. Jugaba a la ruleta horas y horas en el Casino de Mar del Plata; jugaba a los caballos en el Hipódromo cuando los fines de semana acompañaba a uno de mis tios que tenía caballos de carreras; jugaba con nosotros, sus nietos, a la loteria y siempre por plata. Jugaba con los vecinos del barrio al póker. Y, también apostaba a la quiniela que estaba prohibida y que la “levantaba” Pedro, el verdulero que la visitaba todos los mediodías. Como un acto de magia, Fanny sacaba dinero de entre sus tetas.
El barrio entero la veló cuando murió porque era muy querida, era algo así como “La Perona” de la calle Ecuador 429. Daba de comer a todos los pobres; recibía en su comedor a todos los orates, los sordos, los mudos, los abandonados, los marginales, porque la casa de mi abuela estaba llena de borders así también como de ocultismo. El mundo oculto de la vida de una jugadora empedernida, la hereje de la religión judía que nunca profesó a pesar de haber sido la hija de un rabino.
Mi abuelo murió cuando tenía cincuenta años, tal vez porque el corazón no aguantó el ritmo de vivir con una persona como mi abuela para quien el dinero nunca alcanzaba por su adicción al juego. Tal vez mi abuelo la palmó porque no pudo más.
Mi papá por ese entonces tenía trece años. El mismo me contó muchas veces, con tristeza (claro), que mi abuela lo mandaba a pasar horas enteras en el cine porque no quería tenerlo en la casa cuando él salía de la escuela. Mi papá vivía en el cine viendo películas, disfrutando de ficciones que le hacían la vida más felíz. Debe ser por eso que mi viejo me contagió tanto amor por la Literatura. Tenes que ser un gran genio para ficcionar la realidad de una casa de locos.
* Escritora argentina radicada en Malta / LSM

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